viernes, 15 de diciembre de 2017

Ensayo literario

Ensayo literario
En un ensayo literario, el autor no solo se limita exclusivamente a abordar el tema de referencia, sino que además aporta observaciones, costumbres y experiencias relativas a la misma. Se caracteriza por ser un ensayo subjetivo, directo y sencillo. El objetivo final de un ensayo literario es plasmar la visión personal del autor sobre el tema en cuestión.
Son muchos los autores que optan por escribir sobre dos temas. Generalmente, uno de ellos hace referencia a experiencias personales o reflexiones propias sobre la temática principal del ensayo.
·         Subjetivo y cuidado en el estilo. Que sea literario hace alusión a que el ensayista trata no solo de convencer al lector de las ideas que escribe, sino también de generar un impacto artística en él a través de un lenguaje que puede llegar a ser complejo pero elegante.
·         Libertad. Como todo ensayo, el autor tiene la facultad de escribir su ensayo sin alguna formalidad. Es el género más libre y por esa razón el preferido de muchos autores al momento de manifestar razonadamente un pensamiento
·         Argumentos. El ensayo es un escrito ideado para transmitir una idea y convencer. Y solo podemos convencer a alguien cuando utilizamos un argumento construido.

Ejemplo de ensayo literario

El hombre mediocre, de José Ingenieros
Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; -cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; cuando el corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; -cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; -y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.

Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

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